Un imparcial Vista de iglesia en el bosque

2. Con respecto al cisma debe hacerse la misma distinción. Un rechazo secreto de la autoridad de la Iglesia no separa al pecador de la Iglesia, la cual lo reconoce como miembro, con derecho a la comunión con ella, hasta que por levantamiento pública y notoria rechace su autoridad.

Catolicidad: con el significado de universal la Iglesia es católica en cuanto investigación anunciar la Buena Nueva y cobrar en su seno a todos los seres humanos, de todo tiempo y en todo punto, que acepten su doctrina y reciban el bautismo; dondequiera que se encuentre individuo de sus miembros, allí está presente la Iglesia católica.

Al definir el 8 de diciembre de 1854 como dogma la antigua doctrina de la Inmaculada Concepción, que afirmaba que María había sido concebida sin pecado llamativo, el papa Pío IX puso fin a una controversia entre escuelas teológicas que ocupaba varios siglos.

Esta es la finalidad suprema que una sociedad puede tener; no es ciertamente una finalidad subordinada a la bonanza temporal pretendida por el estado. Encima la Iglesia no depende del permiso del Estado para lograr su fin. Su derecho a existir deriva no del permiso del Estado, sino del mandato divino. Su derecho a predicar el Evangelio, a administrar los sacramentos, a cultivar jurisdicción sobre sus súbditos, no está condicionado a la autorización del gobierno civil. Ha recibido del propio Cristo el gran encargo de enseñar a todas las naciones. A la orden de los gobernantes civiles de que desistieran de predicar, los Apóstoles respondieron simplemente que debían obedecer a Todopoderoso antiguamente que a los hombres (Hch. 5,29). Cierta cantidad de capital temporales es, positivamente, necesaria a la Iglesia para posibilitarle llevar a agarradera la tarea a ella confiada. El estado no puede con Neutralidad prohibirle que reciba estos por las donaciones de los fieles. Aquellos cuyo deber es conseguir un cierto fin tienen derecho a poseer los medios necesarios para sufrir a cabo su tarea.

La jurisdicción interna es la que se ejerce en el tribunal de la penitencia. Difiere de la jurisdicción externa de la que hemos estado hablando en que su objeto es el bienestar del penitente individual, mientras que el objeto de la jurisdicción externa es el bienestar de la Iglesia como un organismo colectivo. Para practicar esa jurisdicción interna, el poder de órdenes es una condición esencial: nadie sino un sacerdote puede perdonar. Pero el poder de órdenes es por sí solo insuficiente.

Una de las decisiones más importantes que debe tomar la Iglesia es la dilema de un nuevo Papa, cuando el mandato del previo finaliza por su renuncia o asesinato.

Las dos sociedades pertenecen a órdenes diferentes. La bonanza temporal a que tiende el Estado no es esencialmente dependiente del correctamente espiritual que averiguación la Iglesia. La prosperidad material y un detención graduación de civilización pueden encontrarse donde no exista la Iglesia. Cada sociedad es suprema en su propio orden. Al mismo tiempo, cada una de ellas contribuye en gran medida al progreso de la otra. La Iglesia no puede atraer a hombres que no tengan algún rudimento de civilización, y cuyo salvaje modo de vida hace increíble el incremento ético. De ahí que, aunque su función no es civilizar sino excluir almas, hasta así cuando llega a tratar con razas salvajes, comienza por despabilarse comunicarles los utensilios de la civilización. Por otro lado, el Estado necesita las sanciones sobrenaturales y los motivos espirituales que la Iglesia imprime en sus miembros. Un poder civil sin éstos se fundamenta de guisa insegura.

Formar parte del cuerpo de Cristo significa que estamos llamados a moldearnos continuamente para parecernos cada ocasión más a Cristo.

Bernardo de Claraval, doctor de la Iglesia y preceptor espiritual de la orden del Císter del siglo XII, representado en la imagen abrazando a Cristo.

Confesar los pecados mortales al menos una vez cada año, y en peligro de asesinato, y si se ha de comulgar.

Todas las barreras nacionales, no menos que todas las diferencias de clase, desaparecen en la Ciudad de Altísimo. No se ha de entender que la Iglesia ignore los lazos que unen al hombre con su país, o infravalore la virtud del patriotismo. La división de los hombres en diferentes naciones entra en los planes de la Providencia. A cada nación se le ha asignado una tarea peculiar a realizar en el ampliación de los propósitos de Dios. Un hombre tiene deberes cerca de su nación no menos que hacia su grupo. El que descuida ese deber incumple una obligación moral primordial. Adicionalmente, cada nación tiene su propio carácter, y sus propios talentos especiales. Se descubrirá que habitualmente un hombre alcanza una virtud superior, no descuidando this content estos talentos, sino encarnando los ideales mejores y más nobles de su propio pueblo.

Algunas nunca han estado en cisma con la Iglesia de Roma (como la Iglesia maronita y la ítalo-albanesa) y otras han surgido de divisiones de las iglesias Ortodoxas o de las antiguas iglesias nacionales de oriente.

Una asociación de este tipo es una condición necesaria de la civilización. Un individuo aislado no puede conquistar sino poco; escasamente puede asegurarse el necesario sustento; mucho menos puede encontrar los medios de desarrollar sus talentos superiores mentales y morales. Conforme progresa la civilización, los hombres ingresan en diversas sociedades para el logro de diversos fines. Estas organizaciones son sociedades perfectas o imperfectas. Para que una sociedad sea perfecta, son necesarias dos condiciones:

La descripción precedente sobre la Iglesia y el principio de autoridad por el que se gobierna nos capacita para determinar quienes son miembros de la Iglesia y quienes no. La pertenencia de la que hablamos, es la incorporación al cuerpo visible de Cristo.

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